Hasta los dioses del Olimpo conocen las bondades del perdón
Por::
Roberto Carbonero
En
01/05/2025Tiempo de lectura:
6 minutos
Resumen:
Perdonar es el mejor regalo que te puedes hacer cuando todo parece perdido. El perdón no siempre ocurre de inmediato. A veces se cultiva a lo largo del tiempo y llega cuando estamos listos para liberarnos del peso que llevamos… o del que hacemos llevar a otros.
Una de las historias más conocidas de la mitología griega clásica es la que relata como Prometeo, un titán amigo de los humanos, robó el fuego del Olimpo de los Dioses para entregárselo a aquellos.
Este acto enfureció a Zeus, que consideraba el fuego una prerrogativa divina. Como castigo, Zeus ordenó encadenar a Prometeo a una roca en las montañas del Cáucaso. Allí, un águila devoraba perpetuamente su hígado, que se regeneraba cada noche debido a su inmortalidad. Este tormento duró siglos —según algunas fuentes, hasta 30.000 años— hasta que Hércules lo liberó matando al águila con una flecha.
Pese a la intervención heroica de Hércules, Zeus impone que Prometeo conserve en un anillo un fragmento de la roca y un eslabón remanente, simbolizando la deuda ineludible que el titán contrae con la divinidad. Este elemento, a la vez tangible y cargado de simbolismo, evidencia que la redención y la libertad no pueden desprenderse por completo del recuerdo del castigo.
Aunque el mito no habla literalmente de perdón, hay algo poderoso en esta liberación final y es que incluso las deudas más antiguas pueden encontrar redención y, en última instancia, el perdón.
En mi libro Las seis áreas esenciales de la vida... (cuyos dos primeros capítulos te recuerdo te puedes descargar de manera gratuita en otro apartado de la web) dedico unas cuantas páginas a hablar sobre el perdón. Allí me centraba sobre todo en tratar de explicar los distintos parámetros que se manejan en el acto de perdonar, situar los ejes de acción de las personas que actúan en el mismo y compartir mi visión sobre cuáles son los pilares básicos sobre los que debe descansar su correcta ejecución.
Me gustaría aprovechar este post para extenderme en otros aspectos como las bondades físicas y psicológicas de perdonar y los pasos previos necesarios que nos deben ayudar para aceptar que, ante una injusticia, nuestra mejor opción siempre es perdonar.
Recordemos que el perdón es un acto de liberación emocional que no implica olvidar, justificar, ni minimizar el daño sufrido. Se trata de una herramienta poderosa para soltar la carga de resentimientos que nos atan al pasado, permitiéndonos avanzar mejor.
El ejercicio de perdonar no es algo que ocurra de manera instantánea pues lamentablemente, y por diversas causas entre las cuales sobresale el ego, lo vamos perdiendo desde que abandonamos la niñez.
Aunque pueda parecer dirigido hacia la persona que nos hirió, el acto de perdonar es, en última instancia, un regalo que nos hacemos a nosotros mismos. No significa que todo vuelva a ser como antes ni que lo que pasó esté bien, sino que dejamos de cargar con un peso que ya no nos sirve.
Todos nos merecemos el perdón, pero eres tú mismo quien tiene que perdonarse en primer lugar para dejar de sufrir, para dejar de causarte tanto daño.
Perdonar nos da la oportunidad de recuperar el control sobre nuestras emociones, en lugar de permitir que el enojo o el dolor sigan marcando nuestro presente. Es un acto de amor propio lo cual no hay que confundir con egoísmo. Este tiene que ver con los demás, mientras que aquel solo tiene que ver con nosotros mismos.
Perdonar a otra persona no es inmediato ni tampoco obligatorio. Hay que tener claro que perdonar es un acto que hacemos conscientemente para liberarnos en última instancia de esa carga emocional dañina. Pero esto no quiere decir que, en ocasiones, podamos llegar a liberarnos de dicha carga perdonándonos a nosotros mismos, sin necesidad de perdonar “presencialmente” a esa persona, por las razones que sean, sino perdonándole en nuestro interior solamente. Aunque esto requiere que seamos totalmente honestos con dicho perdón puesto que de otra manera la carga emocional se transformaría tarde o temprano en rencor inevitablemente.
Si nos somos capaces de esto último debemos buscar sin excusas como perdonar a la otra persona de manera personal.
El perdón no es un simple acto simbólico, sino un proceso con efectos reales en nuestra mente y cuerpo. Si no se perdona, el sufrimiento puede llegar a ser crónico y convertirse en odio, el cual termina destrozando tu mente, tu cuerpo y tu vida. El odio es el sentimiento humano más inútil ya que solo hace sufrir al que odia, mientras que el odiado muchas veces ni siquiera es consciente de ello.
Diversos estudios han demostrado que perdonar tiene múltiples beneficios como reducir el estrés, la ansiedad y la depresión, mejorar la calidad del sueño, fortalecer nuestras relaciones, liberarnos emocionalmente y, por último, aumentar nuestra capacidad de resiliencia.
Dado que no es automático como comentábamos antes, hay que reseñar que no todas las personas requerimos del mismo tiempo para transitar por el proceso previo que señala el momento en el que estamos listos para conceder el perdón.
Aun así, hay algunas señales que nos pueden indicar que estamos listos:
No sientes la misma intensidad emocional cuando piensas en lo que pasó.
Puedes recordar la situación sin que te consuma el enojo o el dolor.
Has encontrado formas de seguir adelante sin que el pasado te controle.
Eres capaz de mirarte al espejo y decirte “Me perdono, me acepto y me quiero”.
Perdonar requiere un intenso trabajo personal que necesita gran esfuerzo y dedicación.
Dicho trabajo implica, aunque no necesariamente en este orden, lo siguiente:
Aceptar que el pasado no se puede cambiar: recordar que lo único que está en nuestras manos es decidir qué hacer con lo que nos ha ocurrido y tratar de extraer todo el aprendizaje que sea posible. Asumir que seguir enganchados al pasado solo nos impide avanzar.
Trabajar nuestra autocompasión: Aprender a hablarnos con más amabilidad y reconocer que los errores no nos definen, es clave. Perdonarnos en primer lugar es básico para luego poder perdonar a los demás. Dedicarse palabras de amor sin condiciones, de consuelo y de aceptación.
Reconocer lo que sentimos: es importante validar nuestras emociones y darnos permiso para sentir, en lugar de reprimir lo que nos duele.
Practicar la empatía: intentar entender qué llevó a la otra persona a actuar de cierta manera puede ayudar a liberar el resentimiento. Eso no significa justificar ni minimizar lo que ocurrió, sino verlo con otra perspectiva para soltar el peso emocional.
Dejar de revivir el daño y buscar apoyo si es necesario: sacar de nuestra mente esos pensamientos dolorosos que se repiten una y otra vez no siempre es tan sencillo y mucho menos hacerlo solos. El dolor se vive en soledad y se sana en relación; si lo revivimos solos, ese malestar nos traumatiza de nuevo. Por ello es clave saber reconocer que llegados a un punto debemos recurrir a la ayuda de un profesional, ya sea un coach o un psicólogo.
Una vez más espero al menos haberte ofrecido alguna opción de aprendizaje sobre este asunto.
Y recuerda
Estoy aquí para acompañarte.
Existen multitud de herramientas de coaching y PNL que ayudan a tratar y mejorar esta capacidad tan necesaria.
Seguimos.