El sesgo del superviviente (y por qué se aprende más de los fracasos que de los éxitos)
Por::
Roberto Carbonero
En
01/07/2025Tiempo de lectura:
6 minutos
Resumen:
¿Por qué nadie te está hablado de los beneficios de equivocarte y de como un enfoque adecuado sobre tus errores te llevará a la excelencia?
Durante la 2ª Guerra Mundial, las fuerzas aéreas aliadas, en plena campaña de bombardeo sobre territorio del III Reich alemán, necesitaban reforzar el blindaje de sus aviones para que los nazis no los pudieran derribar tan fácilmente puesto que sus bombarderos eran grandes, lentos y predecibles, y cada baja significaba una gran pérdida en costes materiales y humanos. Esto implicaba conocer que zonas de los aparatos reforzar y, como no disponían de esa información (los aviones derribados no eran recuperables), se recurrió a la lógica y a la estadística.
Ante la imposibilidad de blindar todo el aparato, el alto mando aliado creó un equipo de trabajo en la Universidad de Columbia (Nueva York) denominado The Statistical Research Group (SRG) para que determinara que partes de los bombarderos debían ser reforzadas.
El SRG comenzó a extraer datos de los bombarderos que volvían de las misiones para detectar las zonas donde habían sido atacados por los enemigos y elaboraron un mapa de los lugares con más impactos. Su conclusión inicial y aparentemente muy lógica fue que tenían que reforzar aquellas zonas con más impactos, pero un matemático del equipo, Abraham Wald, les hizo ver que estaban planteando el asunto al revés.
Todos los datos habían sido recogidos de los aviones que habían conseguido regresar de sus misiones, que habían sobrevivido a pesar de los impactos del enemigo. Sin embargo, los aviones que no habían vuelto habían sido derribados por impactos en otras zonas distintas a las anteriores. Como esos aviones derribados no regresaron a sus bases, no se tuvieron en cuenta los impactos que recibieron, por lo que esa parte de la información quedaba eliminada de las conclusiones del estudio. No había que fijarse en los supervivientes sino en las bajas que eran las que facilitaban la información clave para tomar la decisión adecuada. Se acabó reforzando el morro, los motores y la parte trasera de los aviones consiguiendo disminuir drásticamente el número de bombarderos derribados.
Había nacido lo que hoy se conoce como “el sesgo del superviviente”, según el cual tendemos a tener en cuenta las personas o cosas que superan un proceso pasando por alto a aquellas que no lo hicieron, lo que conlleva a obtener conclusiones falsas y demasiado optimistas, porque se ignoran todos los fracasos, los que no lo consiguieron, que es precisamente donde más información se suele obtener.
¡Por eso es tan importante hablar de nuestros éxitos, pero todavía más de nuestros fracasos¡
En la sociedad occidental estigmatizamos el error cuando forma parte del éxito. El camino del éxito está trufado de errores, no es una línea recta sino más bien un tubo por el que vamos rebotando por sus paredes hacia adelante, como hace un rayo de luz dentro de una fibra óptica.
En coaching el error es aprendizaje y el camino hacia la excelencia es un camino de errores.
En mi opinión, solo aquello cuyo origen estriba en la mentira, el engaño, la traición o conceptos por el estilo pueden ser considerados errores con mayúsculas (y, aun así, de ellos también se obtiene muchísima información), con carga ética y moral muy profunda.
El resto es puro aprendizaje, experimentación, evolución, al fin y al cabo.
Erradicar la forma de pensamiento predominante en nuestra sociedad hacia el error es algo fundamental.
Y debemos hacerlo desde el punto más eficaz, en la educación a nuestros hijos para aceptar el error como algo natural y enfocarlos en el aprendizaje. No estamos intentando evitar la responsabilidad que tienen, por ejemplo, para aprobar un examen, pero si a enseñarles a cómo evitar la frustración por no saber enfrentar el error mediante un proceso de aprendizaje adecuado.
No debes sentir que tu responsabilidad como progenitor es evitar todos los errores, como tampoco se espera de ti que retires todos los obstáculos a los que se enfrentan tus hijos. Tu cometido consiste más bien en estar presente y conectar con ellos tanto en los momentos buenos como en los malos de la vida.
Para ello, muchas veces, bastará con que te respondas a estas tres preguntas:
¿Qué ha funcionado?
¿Qué no ha funcionado?
¿Qué se puede mejorar?
Puedes enfocarlas en un aspecto concreto, por ejemplo: la comunicación, el establecimiento de límites, el manejo de las emociones…
O puedes responderlas en referencia a cómo ha sido vuestra relación en general.
Solemos ver los errores como algo malo, pero para poder acertar con el camino adecuado es preciso contarnos la verdad sobre lo que no está funcionando y probar diferentes vías.
Recuerda que sólo quien prueba, se equivoca.
Por eso estas tres preguntas son tan poderosas.
Porque te dan la oportunidad de revisar lo que no ha ido bien para cambiarlo apoyándote en lo que sí funcionó.
No para auto castigarte y quedarte con lo negativo, sino para sacar un aprendizaje de ello y transformarlo en algo positivo.
Y estas mismas preguntas también las puedes usar para cualquier otro asunto de tu día a día. La oportunidad de aprendizaje está ahí siempre, en cualquier momento.
Si aún albergas dudas de lo que realmente aporta equivocarse, piensa en como los siguientes ejemplos ilustran cómo un error, cuando se maneja correctamente, puede conducir a un avance significativo:
El descubrimiento de la penicilina por Alexander Fleming en 1928. El doctor Fleming no estaba buscando un antibiótico. De hecho, su descubrimiento fue resultado de un error en su experimento: un cultivo de bacterias que accidentalmente se contaminó con un hongo. En lugar de descartar el experimento como un fracaso, Fleming observó el efecto inhibidor del hongo en las bacterias y, a través de esta observación, nació uno de los descubrimientos médicos más importantes del siglo XX.
El 21 de octubre de 1879 Thomas Edison realizó la primera demostración pública de la bombilla incandescente ante tres mil personas en el Menlo Park (California). Antes de eso, el científico probó cientos y cientos de materiales para elaborar el filamento interno de la bombilla. Cada vez que probaba un nuevo filamento, éste se quemaba tras arder un par de horas. En la demostración mencionada, la bombilla lució durante 48 horas ininterrumpidamente. Ese día, un periodista que asistió al evento, le formuló la siguiente pregunta: “¿Nunca pensó tirar la toalla después de tantos fracasos?”. Edison respondió “¿Fracasos? No sé de qué hablas. En cada intento aprendí el motivo por el cual una bombilla no funciona”.
Seguro que conoces el producto WD-40, el Multi-Uso que es una de las marcas más reconocibles y utilizadas en el hogar y por profesionales de todo el mundo. Pero seguro que no conoces la historia detrás de su nombre. WD-40 es un acrónimo de "Water Displacement - 40th Attempt", porque al principio sirvió para evitar la corrosión, y se obtuvo exitosamente la fórmula en su intento nº 40, exactamente después de treinta y nueve compuestos que no dieron el resultado deseado, pero sirvieron para llegar al objetivo.
Hace ya más de 25 años que realicé un programa Erasmus en Alemania y recuerdo que, antes de partir a esa aventura, escribí lo siguiente en mi pequeño diccionario español-alemán que aún conservo:
“La evolución puede considerarse como el manejo sistemático del error” Kevin Kelly
Por aquel entonces no había llegado a estas conclusiones acerca de lo que significa realmente equivocarse (y aún pasaría bastante tiempo antes de eso), pero creo que escribir aquella frase significaba que ya intuía algo al respecto y tenía que tenerlo presente.
Sinceramente espero que este mensaje cale en tu mente y comiences a ver el error como algo no necesariamente evitable y a tratarte mejor cuando te equivoques.
Seguimos en el camino.