Descubre el secreto de la conexión instantánea con alguien.

Resumen:

No es preciso que alguien te caiga bien para compenetrarte con esa persona. Es una forma respetuosa y mutua de estar con otros y una muy buena manera de hacer negocios.

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La verdadera compenetración se basa en una sensación instintiva de confianza e integridad.

Seguro que te ha ocurrido en más de una ocasión.

Un buen día aparece una persona desconocida en tu vida con la que tienes la sensación de conectar a un nivel muy profundo, pero desconoces el porqué, simplemente te dejas llevar por la comodidad de una relación placentera de inicio.

Estas convencido de haber encontrado a un alma gemela.

¿De qué depende que conectemos con unos y no con otros?

Hay varios aspectos que tienen que confluir para que se produzca la conexión.

El primero son los recuerdos.

Cuando conocemos a alguien, lo primero que ocurre es que nuestra mente recurre a nuestra base de datos de memorias y cotejamos si tenemos algo parecido y, si existe, lo asociamos automáticamente a la realidad actual.

Esto es lo que comúnmente llamamos estereotipos. Nuestros sentidos captan unos once millones de bits de información por segundo de manera no consciente, la mayor parte a través de la visión, pero el consciente a lo sumo puede procesar cuarenta bits por segundo.

Así pues, el cerebro simplifica la percepción para poder pasar el día de manera más eficiente.

Los estereotipos nos anticipan acciones y reacciones y nos preparan para minimizar o maximizar el placer.

Ese primer cruce de datos ya tiene un peso enorme en lo que llamamos primera impresión de una persona, pero hay un segundo estadio en el que se afianza y se afina.

En segundo lugar, testamos el nivel de confiabilidad de esa persona. Esto se realiza a través de unos códigos o normas aprendidos.

Por ejemplo, una persona que trata mal a los animales o es maleducado con un colectivo concreto de personas nos remitirá a otros individuos con similares características que hayamos conocido con anterioridad.

Por último, se llega a lo que en Programación Neurolingüística se denomina sintonía o rapport, que es la base de la comunicación para la PNL.

La palabra rapport en inglés (que aquí traducimos como compenetración o buena comunicación) proviene del verbo francés rapporter, que literalmente significa “volver a traer”. Se trata de apreciar, valorar y trabajar con las diferencias. La buena compenetración hace que las cosas se hagan y sean mucho más fáciles.

Consiste en establecer una relación, creando la misma “longitud de onda” en la que emite su comunicación nuestro interlocutor. Sincronizar significa adoptar los gestos y las actitudes de la persona con la que estamos hablando, con el fin de crear un mimetismo que nos lleve a un clima de confianza.

La sincronización puede ser verbal o no verbal, directa o cruzada, reflejada o desfasada en el tiempo. Para conseguir una buena sincronización, necesitamos fijarnos en la posición del cuerpo, los movimientos y los gestos. También podemos sincronizar a través de la voz, del tono, del ritmo, el volumen...

Y también podemos reflejar las pausas y los silencios. Podemos sincronizar incluso la respiración; esto resulta muy útil, por ejemplo, en terapia.

A nivel verbal podemos utilizar el mismo tipo de predicados, usar palabras verbales, auditivas o kinestésicas, de acuerdo con los canales sensoriales que utiliza nuestro interlocutor.

Podemos, además, utilizar los mismos valores, los mismos criterios, el mismo estado de ánimo.

Si todo lo anterior ocurre de “manera natural” es cuando podemos hablar de que se ha establecido una conexión especial con esa persona.

Y todo este proceso lo hacemos principalmente de modo inconscientemente, en milisegundos, y se forma una impresión sobre la que tomamos decisiones.

Claro, es que para sentirnos cómodos hemos ido en busca de lo ya conocido.

Entonces, ¿estamos condenados a que nos guste más lo familiar y a desconfiar de lo nuevo?

No exactamente.

En un primer momento actuamos así porque antropológicamente, cuando vivíamos en tribus, si llegaba alguien diferente era una amenaza para la supervivencia del grupo, por lo que era más seguro rechazarlo.

Afortunadamente en este caso, hemos evolucionado.

Cerebralmente, el neocórtex ya nos permite abrirnos a más opciones y razonar después de esa impronta inicial. Podemos establecer más contactos con más personas y abrirnos más a lo diferente.

Como curiosidad, para colocar lo anterior en un contexto estadístico, se creó una teoría sociológica denominada el número de Dunbar.

Esta teoría fue propuesta por el antropólogo británico Robin Dunbar en 1993. Según la misma, los seres humanos tienen un límite cognitivo que define la cantidad de relaciones sociales significativas que pueden mantener.

Dunbar sugiere que este límite estaría en aproximadamente 150 personas y se basa en estudios sobre la estructura social de diferentes grupos, tanto humanos como primates.

Según esta teoría, el cerebro humano tiene una capacidad limitada para recordar información socialmente relevante sobre otras personas y mantener relaciones significativas con ellas. Esto no significa necesariamente conocer a todas estas 150 personas personalmente, sino tener un vínculo cercano o reconocer su existencia dentro del grupo social al que pertenecemos.

Es importante destacar que el número exacto puede variar dependiendo del contexto cultural e individual; sin embargo, parece haber evidencia consistente en torno a este límite cognitivo. Este concepto ha sido aplicado también en campos como las redes sociales o las organizaciones empresariales para comprender cómo funcionan los grupos humanos desde una perspectiva sociológica.

Dunbar planteó su teoría hace décadas, mucho antes de que las redes sociales cambiaran la forma de comunicarse de las personas.

Las redes y la comunicación en remoto han hecho posible aumentar el número de conexiones que podemos mantener.

De estas comunidades surgen colaboradores, clientes, socios, incluso amistades. O simplemente relaciones con personas que quizás no verás nunca cara a cara pero que te aportan mucho valor.

La pregunta del millón es si, de forma consciente, podemos forzar un poco la sintonía con el otro. Es decir, mejorar nuestro rapport o, lo que es lo mismo, caer bien a alguien que tenemos delante y que nos está valorando sin darnos cuenta.

La respuesta es sí, y es relativamente sencillo.

Si queremos que de entrada confíen más en nosotros, debemos observar a nuestro interlocutor e intentar igualar lo que los cinco canales de comunicación nos dicen de esa persona. Imitarlos, pero de forma sutil; modificar un poco nuestro estilo para que se parezca al suyo.

Evidentemente, los rasgos de la cara no podemos cambiarlos, pero sí los gestos y los movimientos corporales (por ejemplo, si cruza las piernas, hacer nosotros lo mismo). Y, si respira rápido, acompasarnos a su ritmo, como cuando bailamos.

Son pequeños detalles que podemos emular sin llegar al ridículo y que causan una sensación de familiaridad.

No se trata de no ser quien somos, sino de adaptarnos mínimamente.

Seguimos creciendo.