Compasión versus Pena

Resumen:

¿Eres consciente de que usas ambos términos indistintamente aunque significan cosas muy distintas? A mí también me ocurría hasta que un día leí algo que me hizo interesarme por ello. Te lo comparto.

0

Hace algunos meses leí, no recuerdo exactamente donde, la siguiente declaración de mi admirado Arturo Pérez.Reverte:

“[…] de las pocas palabras que cuando todo se derrumba nos mantienen erguidos –dignidad, lealtad, amor, honradez y alguna otra– la compasión es básica.”

Dicha declaración se quedó anclada en mi mente por el énfasis aplicado sobre el término compasión y fui consciente de que no entendía cual era exactamente el significado de ese concepto, así como su diferenciación práctica de otro similar como pena. Así que voy a tratar de explicármelo y, si es posible, explicártelo.

El sufrimiento está presente en nuestras vidas irremediablemente, a veces por un padecimiento físico, por un dolor emocional, por una pérdida o por una carencia. Todos enfrentamos situaciones temporales adversas que nos dañan, pero sentir pena por alguien nos incapacita, nos posiciona en un lugar superior y, por lo tanto, a la otra persona en un nivel inferior. De manera inconsciente, le hacemos pequeño con esa pena.

Para comprender la diferencia entre sentir pena y sentir compasión, podemos partir de la definición de ambas emociones:

La pena es un sentimiento de tristeza producido por el padecimiento de alguien. Es un sinónimo de lástima, una palabra proveniente del latín que viene a significar algo similar a ‘observar a quien padece’.

La compasión, por su lado, es también un sentimiento de tristeza, pero que nos lleva a identificarnos con los males del otro y a tratar de remediarlos, evitarlos o aliviar su sufrimiento.

De aquí podemos extraer importantes conclusiones:

Por un lado, la pena nos sitúa en una posición de meros observadores, distanciados del sufrimiento ajeno y pasivos ante el mismo. Sentimos pena por quien tiene una mala situación económica, familiar, física o emocional; pero sabiendo que esas no son nuestras condiciones y que no solo no estamos instados a intervenir, sino que además la situación del otro no se puede modificar porque de alguna manera está condenado.

Como anécdota al respecto, destacar como nuestro propio lenguaje nos engaña muchas veces con esta palabra. Baste recordar la tan empleada expresión engañosa “merece la pena” cuando en realidad queremos realmente referirnos a algo que es valioso o deseable para nosotros. ¿No sería más correcto decir “merece la felicidad” en estos casos?

Por el contrario, la compasión nos conecta, nos permite identificarnos con el otro y recordar la humanidad compartida entre ambos. No le contemplamos desde lejos, sino que nos involucramos, sabiendo que nadie es superior y que todos podríamos experimentar una situación similar. Es, además, un sentimiento duradero que nos lleva a actuar.

Un ejemplo donde podemos ser conscientes y aplicar esta diferenciación tan importante es la familia.

La familia es uno de los vínculos más valiosos que podemos tener. Hay ocasiones donde no es productivo restablecer vínculos con ciertos familiares. Cuando sí lo es, el perdón, la compasión y la humildad son las llaves para hacerlo.

Por otro lado, la crianza consciente es una forma de educar a los hijos que se basa en el respeto, la empatía y la compasión hacia los niños. Cuando un padre o una madre sienten lástima por su hijo, (por el motivo que sea) refuerzan en él la idea de que es incapaz, de que se encuentra en desventaja y desvalido. Por el contrario, al sentir compasión, comprenden sus dificultades, pero lo animan a superarse.

Otro campo de aplicación lo encontramos en el amor. Según la clasificación de tipos de amor de la psicología moderna, existe un tipo de amor denominado Ágape. Dicha tipología se caracteriza por ser el amor desinteresado, altruista, incondicional y, sobre todo, la compasión hacia los demás. Es un amor que busca el bienestar y la felicidad del otro sin esperar nada a cambio. No existe ningún tipo de definición de amor donde la pena tenga cabida.

Por último, el efecto más perjudicial de sentir pena se produce cuando esa emoción se dirige hacia uno mismo. Es negativo que los demás nos observen con lástima, pero si nosotros mismos nos vemos como víctimas el sufrimiento será mucho mayor.

La persona que siente pena de sí misma se percibe como un fracaso, como un ser desafortunado y condenado. Así, es menos probable que tenga opciones de poder hacer acopio de los medios necesarios para cambiar su situación.

Por el contrario, quien siente compasión, comprende y perdona sus propios errores, se trata con indulgencia y se hace responsable de su propia vida. Así, la compasión nos ayuda a reducir la autocrítica, la desvalorización, el auto-sabotaje y a regular nuestras emociones de forma efectiva.

Para terminar, como corolario, te transmito mi aprendizaje de todo lo anterior a nivel espiritual, lo cual he llegado a vincular con el Segundo Acuerdo del doctor Miguel Ruiz (autor del maravilloso libro Los cuatro acuerdos): No te tomes nada a nivel personal.

No solo debemos mostrar compasión a aquellos que nos tratan bien, sino también a quien nos trata mal, ya que somos parte del mismo universo. La compasión forma parte de nuestra naturaleza y si no la mostrásemos estaríamos traicionándola. Cuando alguien te causa daño, te insulta o trata de humillarte, ten en cuenta que esa persona se está haciendo todo eso a sí misma en primer lugar. Míralo con toda la compasión posible, como si fuese una persona que sufre de una enfermedad terminal o degenerativa, como si fuese un niño pequeño incapaz de autorregular sus emociones. Si no le puedes acompañar, cambia de camino y déjalo ir.

Seguimos avanzando.